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domingo, 12 de diciembre de 2021

CREACIÓN LITERARIA

 

Lobos hambrientos de amor

Recuerdo con nostalgia aquel lejano día en la aldea donde aprendí el valor de la propia vida. Entonces la cálida brisa del verano había sido sustituida por la fría niebla del otoño invernal. Era diciembre y las aves habían partido rumbo al arrope de la ansiada búsqueda del calor y hogar. Los granjeros habían resguardado a su ganado en los establos, aunque por las mañanas corrían libres por los prados cubiertos por una ligera capa de nieve. El pueblo había sido decorado por luces y adornos navideños, y las caras de la juventud radiaban de felicidad e ilusión. La navidad se acercaba y el nerviosismo acechaba los corazones de los campesinos.

Esa mañana me había levantado más tarde de lo habitual. Hermione no había funcionado como despertador y no me había relamido los dedos de las manos como hacía siempre. No había ni un alma en la casa, en el insólito silencio lo único audible eran mis aceleradas pulsaciones. De repente se oyó el traqueteante motor de un vehículo acercarse. Un estruendoso portazo me agitó la mente, inmovilizándome. Alguien había entrado en la casa inhabitada de al lado. Subí rápidamente las escaleras y me vestí. Muy lentamente bajé el manillar de la puerta exterior, abriéndola. Como un roedor, salí sigilosamente, pisando la sedosa nieve bajo mis pies. El coche ajeno estaba ahí, en frente, todavía el motor permanecía caliente.

-       Hola. -dijo una voz susurrante, sobresaltándome. Un joven con el pelo rizado y negro que le cubría el cuello se postraba en la entrada de ese hogar. Llevaba un abrigo largo azabache y unos pantalones color paja con unos botines de cuero.

-       ¿Quién eres? -respondí bruscamente al intruso. Me hizo una seña (¿quería que fuera tras él?) y se echó a correr colina abajo.

Mis instintos me dijeron que no confiara en un extraño, pero algo me decía que a pesar de su rareza, íbamos a ser grandes compañeros. Le seguí con el corazón bombeando sangre por mis finas venas y mi mente muy avispada, atenta ante cualquier inconveniente. El trayecto era largo, pero la compañía de los árboles longevos y los animalillos silvestres me reconfortaban y alegraban la vista y el alma de mi ser. El muchacho se paró en seco, “-Ya hemos llegado-” fueron sus únicas palabras.

-       ¿Dónde estamos? -le pregunté.

-       Pregunta incorrecta. -continuó, sin dejar de sorprenderme.

Desde aquel día no dejaríamos de visitar aquel lugar rodeado de una arboleda sin atisbo de hojas. Hermione se había encariñado de aquel silencioso adolescente, pero sin darme cuenta, me acostumbré a sus respuestas incoherentes o a su voz monótona. Me habitué a sus pícaras frases, a su rebelde personalidad, al niño inocente que se escondía tras el muro de hierro que él mismo había forjado. Sin embargo, tenía el razonamiento de una persona con mucha experiencia, con una edad avanzada, que cargaba bajo sus hombros el peso del mundo, pese a ser una simple e inexperta alma.

-       ¿A dónde vas a ir cuando se acabe el invierno?- al fin formulé aquella pregunta que me angustiaba tanto.

-       A donde me dirija mi corazón.- respondió sin inmutarse. Me di cuenta de que me había expresado erróneamente.

-       Sí, pero cuando acabes tus estudios, ¿qué vas a hacer? ¿Qué vas a ser de mayor? ¿Cuál es tu propósito en la vida?- dije con el fin de que me entendiera.

-       Mi propósito es vivir acorde a mis valores y morir para renacer en el cuerpo y mente de un lobo.

-       ¿Ser un lobo? ¿Eso no es peligroso? Puede cazarte el ser humano o puedes morir de hambre por la escasez de alimento…- dije sobresaltada.

-       Raptarán mi cuerpo, pero mi mente permanecerá libre a lo largo de mi corta existencia. Mi alma luchará hasta el último aliento que me quede, mis piernas pisarán la tierra hasta que mis huesos se debiliten y rompan, y mis manos amarán hasta que deje de sentir el océano interior que fluye dentro de mí. No podrán herirme con sus frívolas y violentas armas, porque tengo un instrumento más fuerte, más poderoso, que puede derretir hasta el fuego y congelar el hielo. Yo tengo paz y amor, ellos son solo cenizas de guerra y destrucción.

Victoria Garrido Rodríguez, 1º Bach A                 

 


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