Cuando se destripa una casa de las manos de quien la habita. Cuando se sacrifican vidas a cambio de un territorio tan ajeno como propio. Cuando los peones se derrumban, esperando oír el jaque mate que corone a un rey autoproclamado. Y cuando no queden vidas para el hogar por el que lucharon.
¿Quién gana?
Hay una frase que recuerdo haber leído en las paredes de un baño de este mismo lugar, propia de Erich Hartmann: “La guerra es un lugar en el que jóvenes que no se conocen ni se odian se matan el uno al otro, por la decisión de viejos que se conocen y se odian sin matarse.”
Desde
los comienzos de la humanidad hemos recurrido a la guerra como una herramienta
que no solo nos permite poder ganar, también exhibe superioridad, nos
proporciona un sentido de fuerza. En algún momento esto se convirtió en un
juego entre potencias, sin siquiera tener presente que para jugar se apuestan
mucho más que soldados; se apuestan vidas, risas contagiosas, abrazos cálidos,
mentes pensantes, corazones palpitantes. Se arriesgan seres tan humanos como tú
y yo, con sueños y aspiraciones, amor y tristeza, con una vida tan compleja y
minuciosamente detallada como cualquiera.
Cuándo
nos daremos cuenta de que somos humanos viviendo en un mundo con límites
dibujados con nuestras propias manos, con reglas creadas por voluntad propia.
Los líderes que someten a otros a estas circunstancias son tan efímeros y
frágiles como todos, nada nos obliga a vivir así. Existiendo a contratiempo
dentro de un reloj cuyas agujas ajustamos nosotros mismos.
¿Por qué construir un mundo tan hostil, que rechaza nuestro propio paso?
En
la Primera Guerra Mundial se dio lo conocido como la “Tregua de Navidad”.
Esta tregua comenzó en la víspera de Navidad, cuando los soldados alemanes
decidieron adornar los parapetos de las trincheras con árboles iluminados y
tras acordar promesas como “Tú no disparar, nosotros no disparar”, terminaron
por decidir hacer un paréntesis entre la masacre para disfrutar del día.
Durante estas horas se compartieron charlas, villancicos y regalos. Así, al día
siguiente se reunieron para cavar tumbas y enterrar dignamente a sus compañeros
caídos. Una vez pasados estos días reanudaron los disparos, silenciados
temporalmente por un propósito mucho mayor que este enfrentamiento, la
humanidad.
Esta
historia habla por sí misma, no creo necesaria ninguna floritura para decorar o
amplificar el mensaje.
Se pagan los intereses propios con moneda ajena, inocente, y ya es ridículo seguir viviendo en una sociedad con el mismo funcionamiento de hace 100 años, a sabiendas de su defectos, y aunque pueda sonar como un cliché, la paz llega con el diálogo.
Es nuestra primera vez viviendo, la de todos, y en un mundo repleto de barreras solo se pide algo de unión, apertura, convivencia. Se pide un mundo humano.
Nunca derramar sangre
fertilizó las tierras.
Elena Luis Díaz, 4º ESO A
Me encanta el artículo, está muy bien escrito y expresado, transmite las emociones, lo adoro
ResponderEliminarFelicidades a la autora
ResponderEliminar