Tras 699 días, el gobierno español
prueba a enfrentarse a la vuelta a la vida de hace dos años diciendo adiós a
las mascarillas. La distancia interpersonal, el aislamiento por contagio, los
grupos burbuja y la reducción de los aforos son medidas impuestas por el
gobierno que han favorecido un distanciamiento social. Esto ha derivado en
grandes consecuencias a niveles psicológicos, como depresión y agotamiento
emocional debido a la restricción de la libertad, el bombardeo de información
contradictoria y la prohibición del contacto físico. Esta privación del tacto
ha aumentado la sensación de soledad y aislamiento, reduciendo la percepción de
apoyo social y agravando la capacidad de afrontar situaciones adversas. En
otras palabras, este ambiente ha facilitado el surgimiento de trastornos
obsesivos, fóbicos y de estrés postraumático, que subsistirá incluso tras la
pandemia.
La mascarilla se ha convertido en un
complemento indispensable y es el símbolo más representativo de la pandemia,
así como lo fue en la gripe española de 1918, por lo que el decaimiento de esta
norma ha supuesto, indudablemente, un avance sólido hacia la normalidad en la
vida laboral y social. Sin embargo, el fin de las mascarillas no es el fin de
la pandemia, y ya las esperanzas están perdidas. Asimismo, se consideraba que
la pandemia finalizaría cuando la mayor parte de la población estuviera
vacunada, no obstante, incluso con un 92% de la población vacunada las normas
han continuado vigentes, lo que nos lleva a reflexionar sobre los intereses
económicos ocultos tras la vacunación como supuesta “salvación” y las
mascarillas como “salvadoras”. De igual forma, existe un trasfondo en la
imposición de las mascarillas, cuya venta se convirtió en mercancía codiciada y
totalmente necesaria. Así pues, se produjeron incongruencias ya que su uso
comenzó a ser obligatorio incluso en parajes solitarios y lugares vacíos,
produciéndose grandes incoherencias también a lo largo de la gestión de la
pandemia.
Por otro lado, se puede hablar de una
pandemia silenciosa, el suicidio, constituyendo una media de diez suicidios por
día, es decir, un suicidio cada dos horas y media. 2020 se convirtió en el año
con más suicidios en la historia de España, además de los incontables intentos
de suicidio y el aumento de las autolesiones, inevitablemente relacionado con
el comienzo de la cuarentena y el aislamiento. Son numerosas las personas que
han perdido a familiares y amigos en situaciones de suicidios, agudizados tras
la pandemia. Además, incluso el jefe de Psiquiatría en el Hospital Gregorio
Marañón de Madrid, sostiene que “el estrago que ha causado el confinamiento en
esta población es mayor que lo que cualquier experto hubiera sido capaz de
prever”. En cambio, la información en los medios es escasa sobre ello y han logrado
disuadir el problema tratando de focalizar nuestra atención en la pandemia, en
lugar de aminorar las normas covid y así permitir una mejora de la salud mental
en todos aquellos cuya situación se ha agravado tras la imposición de normas
tan estrictas como superfluas.
Por tanto, el fin de las mascarillas
conjetura un atisbo de esperanza para todos aquellos que anhelamos el regreso a
una vida corriente, sin tener que estar ocultos tras una mascarilla, y dejando
entrever nuevamente nuestros rostros, que ahora resultan desconocidos tras el
desocultamiento de nuestra boca y nariz. En definitiva, personalmente considero
que retirar las mascarillas ha marcado un claro paso hacia el fin de la
pandemia, por lo que es hora de que la sanidad se enfoque en problemas, ahora
intensificados, tales como el suicidio, que tantas vidas se está llevando por
falta de inversión en salud mental y prevención.
Lucía Rivero, 1º Bach A
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