En primavera de 2020, la situación sanitaria a nivel mundial
llevó a la implantación del cierre perimetral en España por dos meses y medio
consecutivos. Durante ese tiempo, la vida de todos se vio afectada y modificada
en una especie de rutina extraña repleta de deporte en casa, saludos desde los
balcones y conferencias por internet. Fue la vida académica de niños, jóvenes y
adultos la que hizo uso, en dicho momento, de las muy conocidas “clases
online”. El estudio se vio convertido en una comunicación mediante correo entre
el profesorado y el alumno y la inexperiencia en este campo trajo consigo el
debate de qué tan efectivas eran las clases por internet frente a las
presenciales.
Más allá del
confinamiento del año pasado, en donde el temario se detuvo debido a esa
mencionada inexperiencia en este método, las clases online siguen siendo una
alternativa usada en varios centros educativos como los afectados por la
pandemia o las universidades. Sin embargo, los aspectos negativos del mismo son
varios e inevitables. El enseñar requiere, no únicamente comunicación verbal,
sino que también precisa de la no verbal para un mejor entendimiento. Los
gestos y las expresiones facilitan a los profesores el saber si su explicación
está siendo comprendida por la clase, quiénes tienen mayor problema y si están
siendo atendidos. El no tener un público visible al que hablar dificulta el
trabajo de los maestros y a su vez el alumno tiende a no expresar sus dudas al
no tener la posibilidad de ser escuchado únicamente por el profesor y no por la
clase completa. Esto afecta de manera directa a las prácticas universitarias,
muchas veces imposibles de hacer de manera telemática, y a la preparación del
alumnado de 2º de bachiller, quien necesita el total apoyo de sus maestros para
la EBAU y que se pueden ver desorientados por este alejamiento entre sus
propios compañeros, con quienes comparte dudas, y con su profesorado, que se
las resuelve.
A pesar de ello, existe una posibilidad de seguir manteniendo
una buena enseñanza aunque carezca de los puntos mencionados. No obstante, este
problema aumenta cuando se añade la brecha tecnológica en las casas de los
estudiantes. A diferencia de en la presencialidad, la situación económica de la
familia pasa a ser un factor de gran importancia e imprescindible para el
acceso a la misma. Si no se tiene aparatos tecnológicos o una buena conexión,
el alumno pasa a no tener ninguna posibilidad de continuar con su aprendizaje.
Por tanto, la calidad de la educación termina rigiéndose por la condición económica
individual.
Haridian López Cabrera, 1ºBach B
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