lunes, 4 de diciembre de 2017

El último tango



Adrián Álvarez Parilla (2º Bachilllerato)
Mi vida desde que me retiré del mundo del baile ha sido muy tranquila, por muy bailarín profesional que fuese, la fama desaparece en 5 largos años, me retiré con 20 años y ahora con 25 ocurrió algo, una historia que debo contar. Dejad que me explique.
Tras llegar a mi domicilio había una llamada en mi buzón de voz y una carta delante de mi puerta, me dispuse a escuchar el mensaje mientras abría la carta, decía algo de un ofrecimiento, una última actuación, un simple tango. Era en un pueblo cercano, no me atrajo en absoluto el ofrecimiento hasta que mencionó algo sobre un cheque que me habían enviado por adelantado. No di crédito a lo que vi cuando abrí la carta, un cheque por un valor de 1.000 euros.
"Por un simple tango, el precio de la fama, supongo" pensé en ese momento, hasta que no supe a que le estaba poniendo precio ese cheque.
Llegué al pueblo que me indicaba en el mensaje de voz, desolado, oscuro, ni un alma en la calle. No me molestó en absoluto, llegué al lugar de la cita, un cochambroso teatro en medio de la ciudad. “Que puede salir mal, no hay nadie, entro y salgo, cobro el cheque y como si nada “¡Qué iluso fui en ese momento!"
Entré en ese lugar, asolado como supuse, solo había una demacrada gramola en el centro del escenario, cuando fui a cerrar la puerta, esta ya se había cerrado y cuando di un paso para adentrarme más en ese oscuro ligar, la gramola empezó a tocar una canción, un tango, exactamente el último tango que bailé antes de retirarme.
"Que considerados son por aquí, con homenaje y todo"
Sin entender por que, mí cuerpo empezó a moverse al compás de la oxidada gramola, un tango bastante armonioso, mientras está sumido en el ritmo, una chica con un vestido azul y el rostro pálido como la luna apareció al lado mío, me sobresalté, porque juraría que al entrar ahí no había nadie y la puerta no volvió a abrirse.
- ¿Quién eres? -pregunté intrigado.
Ella me mandó a callar con un gesto y se unió a mí en el baile, llegaba mi parte preferida, ella se dejaba caer para yo cogerla a punto de tocar el suelo y la besaba, al público siempre le encantaba ese momento. Justo en el momento de darle el beso, me dio la sensación de que su rostro pálido se convertía en una lúgubre calavera, cuando la besé, me desmayé.
Cuando desperté estaba de nuevo en mi casa, no entendía nada de lo que había paso pero esa chica destella en mi memoria como el brillo de una estrella, cuando me levanté de la cama, me quedé helado, una gramola había aparecido en la mesa del comedor, la aguja oxidada y doblada volvió a tocar suavemente el disco, tan rayado que dudaba que volviese a emitir sonido alguno, hizo sonar ese tango, inundó mi mente, me estaba volviendo loco, necesitaba a ese chica, necesitaba esa melodía, necesitaba ese teatro y ese público espectrillo necesitaba.
El lugar parecía estar abandonado, a excepción de algo que atrajo la mirada de todos sin necesidad de atravesar la puerta: mi cadáver, que colgaba del techo. Los agentes no habían dado ni un paso dentro de la casa cuando la vieja gramola comenzó a tocar un tango, haciendo que hasta el más valiente de ellos sintiera un estremecimiento. No encontrarían nada más en la habitación, salvo la única página que quedaba de mi diario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario