jueves, 2 de junio de 2022

ROSTROS DESCONOCIDOS


            Tras 699 días, el gobierno español prueba a enfrentarse a la vuelta a la vida de hace dos años diciendo adiós a las mascarillas. La distancia interpersonal, el aislamiento por contagio, los grupos burbuja y la reducción de los aforos son medidas impuestas por el gobierno que han favorecido un distanciamiento social. Esto ha derivado en grandes consecuencias a niveles psicológicos, como depresión y agotamiento emocional debido a la restricción de la libertad, el bombardeo de información contradictoria y la prohibición del contacto físico. Esta privación del tacto ha aumentado la sensación de soledad y aislamiento, reduciendo la percepción de apoyo social y agravando la capacidad de afrontar situaciones adversas. En otras palabras, este ambiente ha facilitado el surgimiento de trastornos obsesivos, fóbicos y de estrés postraumático, que subsistirá incluso tras la pandemia.

La mascarilla se ha convertido en un complemento indispensable y es el símbolo más representativo de la pandemia, así como lo fue en la gripe española de 1918, por lo que el decaimiento de esta norma ha supuesto, indudablemente, un avance sólido hacia la normalidad en la vida laboral y social. Sin embargo, el fin de las mascarillas no es el fin de la pandemia, y ya las esperanzas están perdidas. Asimismo, se consideraba que la pandemia finalizaría cuando la mayor parte de la población estuviera vacunada, no obstante, incluso con un 92% de la población vacunada las normas han continuado vigentes, lo que nos lleva a reflexionar sobre los intereses económicos ocultos tras la vacunación como supuesta “salvación” y las mascarillas como “salvadoras”. De igual forma, existe un trasfondo en la imposición de las mascarillas, cuya venta se convirtió en mercancía codiciada y totalmente necesaria. Así pues, se produjeron incongruencias ya que su uso comenzó a ser obligatorio incluso en parajes solitarios y lugares vacíos, produciéndose grandes incoherencias también a lo largo de la gestión de la pandemia.

Por otro lado, se puede hablar de una pandemia silenciosa, el suicidio, constituyendo una media de diez suicidios por día, es decir, un suicidio cada dos horas y media. 2020 se convirtió en el año con más suicidios en la historia de España, además de los incontables intentos de suicidio y el aumento de las autolesiones, inevitablemente relacionado con el comienzo de la cuarentena y el aislamiento. Son numerosas las personas que han perdido a familiares y amigos en situaciones de suicidios, agudizados tras la pandemia. Además, incluso el jefe de Psiquiatría en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, sostiene que “el estrago que ha causado el confinamiento en esta población es mayor que lo que cualquier experto hubiera sido capaz de prever”. En cambio, la información en los medios es escasa sobre ello y han logrado disuadir el problema tratando de focalizar nuestra atención en la pandemia, en lugar de aminorar las normas covid y así permitir una mejora de la salud mental en todos aquellos cuya situación se ha agravado tras la imposición de normas tan estrictas como superfluas.

Por tanto, el fin de las mascarillas conjetura un atisbo de esperanza para todos aquellos que anhelamos el regreso a una vida corriente, sin tener que estar ocultos tras una mascarilla, y dejando entrever nuevamente nuestros rostros, que ahora resultan desconocidos tras el desocultamiento de nuestra boca y nariz. En definitiva, personalmente considero que retirar las mascarillas ha marcado un claro paso hacia el fin de la pandemia, por lo que es hora de que la sanidad se enfoque en problemas, ahora intensificados, tales como el suicidio, que tantas vidas se está llevando por falta de inversión en salud mental y prevención.

Lucía Rivero, 1º Bach A

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