Cuando escuchamos hablar del concepto zombis,
la primera imagen en la que pensamos es en esa criatura de thriller anglosajón
que revive en días fatídicos dispuesto a sembrar el caos. Sin embargo, su
significado va más allá de esos seres come-cerebros del cine. El origen
de esta palabra proviene de algunas culturas con religión vudú de África
Occidental, actualmente situadas en regiones de Togo y Benín, y hace referencia
a las prácticas propias de dicha religión en las que, mediante pócimas y
conjuros, se elimina la voluntad de una persona, convirtiéndola en esclava
de la hechicera o hechicero que la llevó a cabo.
Además de ello, existe un castigo de la cultura vudú que
transforma al que lo padece en un ejemplo perfecto de la definición de zombi.
Se trata de la muerte social. Cuando un integrante de estas etnias comete un
crimen o acción imperdonable, el resto de ella acuerda que debe ser ignorado
por todos. Es esta falta de atención y la sensación de haber sido olvidado las
que, aunque de manera metafórica, lo convierten en un muerto en vida. Porque, al
final y al cabo, parte de la naturaleza humana es la vida social y cuando esta
es nula, la persona afectada entra en depresión y muchas veces acaba en
suicidio. Esto convierte a la práctica de “muerte social” en una forma de
destruir psicológica y físicamente que, a pesar de ser de manera indirecta, es
igual o incluso más letal.
Al mencionar esto, parece ser una práctica lejana, utilizada
por pocos y a cientos de kilómetros de nosotros. Sin embargo, esta es una idea
errónea. Continuamente, llevamos a cabo acciones parecidas cuando ignoramos de
manera temporal a alguien por estar molestos o, a mayor escala, permanentemente
y matando definitivamente esa amistad. Sabemos que es una forma efectiva de
mostrar nuestra molestia más allá de la discusión, exaltación o violencia
verbal. Incluso causando mayor arrepentimiento en la otra persona, porque a
diferencia de las otras acciones, incitamos a que se piense sobre el error y no
solamente en un único punto de vista en un estado de ofuscación.
Junto a esto, nuestra sociedad también tiene sus propios
“zombis”. A los que les inculcamos este papel de manera consciente y a ese otro
grupo al que marginamos inconscientemente: la persona sin techo, quien no tiene
trabajo y pide o ese alguien desaliñado sin ropas lo suficientemente ordenadas
y limpias como para ser considerado “normal”. Formamos parte de una sociedad
materialista que ignora o presta atención dependiendo de cuánto dinero conlleve
el aspecto, evitando la mirada de las personas que no cumplan con el mínimo requerido.
Mirado comparativamente, los dos escenarios de “zombificación”, el original
donde surge la tradición como una forma de justicia étnica y castigo a los
criminales, y el escenario actual de la sociedad contemporánea, donde las
víctimas no son culpables de ninguna fechoría, sino su único “pecado” es no
poder formar parte del sistema global de mercado por no tener recursos, dinero,
empleo, papeles para trabajar o vivienda, como si el hecho de que no fuesen
interesantes para dicho sistema se contagiase al resto de la sociedad, que
tampoco les considera.
En conclusión, parecería que lejos de ser personajes de
ficción, como en un principio nos veíamos inclinados a pensar, los zombis son
seres absolutamente reales que conviven con nosotros cada día, y a los que
podemos encontrar junto a las esquinas de los semáforos, en las colas de
desempleo, retenidos en centros de refugiados, frente a los bancos de alimentos
o durmiendo al cobijo de los cajeros automáticos.
Haridian López Cabrera, 1º Bac B
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