—Mira, Luis, todas las muñecas y muñecos que tenía mamá.
Recuerdo que se pasaba horas y horas en este cuarto, sola, con la puerta
cerrada, jugando como una chica pequeña con todos ellos. Recuerdo que, si
yo quería entrar, tenía que tocarle a la puerta, pues la tenía bien cerrada,
para que me dejara entrar con ella a jugar. Y así nos podíamos pasar horas y horas
juntas jugando.
—Sí, realmente es espectacular la colección de muñecas,
trajecitos, casas de muñecas… Es una colección enorme, una habitación
completa absolutamente repleta de juguetes más propios de una niña o una
adolescente que de una persona adulta. ¿Y qué piensas hacer con todos ellos? ¿Y
con la casa? ¿Vas a venderla ahora que tu madre ha fallecido?
—No, en absoluto. La casa no la venderé, quiero conservarla
tal y como está. Mira, no está tan lejos de donde nosotros vivimos, así que
vendré con cierta frecuencia a limpiar el polvo y a ventilarla; quiero
conservar su recuerdo a través del sitio donde siempre habitó y donde yo crecí,
a su lado. Lo único que quiero es llevarme esta muñeca de trapo, que sé que era
su preferida. Tiene muñecas más espectaculares que esta, pero siempre me di
cuenta de que por esta muñeca mostraba especial apego. Le hablaba casi
como si fuera una persona, a veces me sentía yo misma un poco celosa de cómo la
trataba.
—Sí, en muchas ocasiones recuerdo que me lo decías, que me
hablabas de esta muñeca. La verdad es que es un poco fea, con ese traje largo
que le cae por debajo de sus rodillas de trapo y esos zapatitos negros de
madera que parecen de monja y esas coletas a cada lado de la cara.
Es una muñeca casi casi te diría que vulgar, pero no sé, tiene algo en su
rostro que la hace única.
—Pues decidido, nos la llevamos para casa. Ya sé incluso
dónde la pondré: encima de la cómoda de nuestro dormitorio, al lado de mi cama.
Así cada vez que me levante ella será lo primero que vea y me recordará a mamá.
* * *
—Luis, ¿por qué has movido a la muñeca de sitio? Esta
mañana, cuando te levantaste a trabajar me quedé remoloneando en la cama, y
cuando fui a la cocina me encontré a la muñeca sentada en la mesa de la cocina
como esperando a que le pusiera el desayuno.
—Te aseguro que yo no he sido. Me levanté, me duché y
desayuné como todos los días. Y me fui para la oficina. No me dedico a hacerte
esas bromas. Cuando salí de casa no estaba donde tú dices. Sé que tienes un especial aprecio por ese recuerdo de tu madre y
no se me ocurriría jugar con él por nada del mundo.
—Luis, por favor, sabes que no te puedo creer. ¿Quién, si
no, la colocó allí?
* * *
—¿Qué te ocurre? Estoy llegando a casa y te encuentro
acostada en el sofá tiritando y con los ojos abiertos como si hubieras visto un
fantasma. ¿Qué ha pasado?
—Luis, estoy angustiada, algo extraño está ocurriendo.
Estaba en el cuarto de la plancha arreglándote unas camisas y de repente oigo
un ruido como de que algo se ha caído al suelo, algo de madera, y acto seguido
oigo unos pasos. Cuando me asomo al pasillo no veo a nadie ni oigo nada, pero
cuando miro hacia la puerta de la cocina, veo de nuevo a la muñeca, sentada
como la semana pasada, esperando a que se le sirva algo de comida. Luis, por
favor, ¿qué está ocurriendo? Esta vez no has podido ser tú.
—Venga, amor, seguro que son imaginaciones tuyas; a lo mejor
la colocaste allí y después se te olvidó.
—Luis, le estoy empezando a coger manía a esa muñeca.
* * *
—María, he contactado con un psiquiatra. Me han dicho que es
muy bueno. He concertado con él una visita. Me ha dicho que debes ir tú sola.
Yo no te puedo acompañar. Llevas días muy nerviosa y tensa, acobardada, no eres
tú. Te veo todos los días, cuando llego de la oficina, acostada en el sofá,
tapada con una manta, tiritando, con los ojos desencajados. Me tienes muy
preocupado. Debes ir mañana por la tarde. Te dejaré en su consulta y me volveré
para casa. Debes comentarle al médico lo que piensas que hace la muñeca, no es normal. Yo te esperaré aquí y así aprovecho y me pongo a pintar las paredes del cuarto del
bebé. Si vamos a seguir intentando que te quedes embarazada, debemos ir
preparando el cuarto. Sabes que me hace mucha ilusión tener un hijo.
* * *
—Luis, ¿qué ocurre? Acabo de llegar de la consulta y te veo
en la puerta de la casa esperándome. ¿Por qué no me has esperado dentro? ¿Qué haces aquí fuera sentado en el escalón que da a la puerta de la casa?
—María, algo pasa con esa muñeca. Estaba subido a la
escalera pintando cuando de repente oigo un ruido de zapatos de tacón corriendo
por el pasillo y cuando bajo y miro, veo a tu muñeca sentada en el suelo al
lado de la puerta de la casa. No puede ser. Estoy seguro de que no había nadie
más en la casa. He mirado por todos lados. No me he atrevido ni a tocarla. Está ahí dentro, sentada, tal y como la encontré.
—Luis, la muñeca no está donde tú dices. ¿Dónde puede estar?
—¿No oyes un taconeo? Oigo el ruido dirigiéndose hacia la
puerta que da al garaje.
—Sí. Mírala. Ahí está sentada. Al lado de la puerta del garaje.
—María, es como si la muñeca quisiera irse de la casa. Como
si no estuviera a gusto aquí.
* * *
—Mira, creo que es lo mejor que hemos hecho: traerla de
nuevo a casa de mamá, donde siempre debió estar, al lado de las otras muñecas,
en el cuarto donde mamá siempre jugaba con ella.
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