miércoles, 9 de marzo de 2022

OPINIÓN

                                             El verdadero veneno de la Tierra

Estaremos de acuerdo en que la libertad en cualquier ámbito, no es una suerte, sino un derecho que cualquiera debe tener. La esclavitud humana supuestamente está abolida desde finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, aunque sigue coexistiendo actualmente en muchos países. Sin embargo, ¿cuándo la esclavitud y explotación animal dejará de ser una realidad y pasará a ser un recuerdo olvidado?

Sin apenas darnos cuenta, contribuimos a su sufrimiento. Desde galletas envueltas en plásticos que serán arrojados al mar, ya sea por el viento o por nuestra propia voluntad, y que posteriormente muchos peces y tortugas confundirán con alimento hasta el aceite y grasa de palma que resulta muy económica y que arrasa con el hábitat de muchos animales en peligro de extinción. Y así muchos ejemplos; contaminamos, destrozamos y culpamos a las grandes empresas, sin testificar nuestras fallas. Olvidamos que también somos el cambio, que una persona difícilmente lo provoca, pero que muchas reunidas lo suponen. Dejar de culpabilizar y visibilizar el daño provocado es la solución. Cambiar las rutinas egoístas por otras solidarias impulsa la erradicación del tormentoso cambio climático que crece entre las sombras y acecha vertiginosamente nuestros corazones.

Mientras comemos compulsivamente alimentos de origen animal procedentes de industrias de cría intensiva, provocamos que la ganadería sea la causante de millones y millones de muertes jóvenes, y la principal responsable de los gases altamente contaminantes que se cuelan en la atmósfera y de los purines residuales que se filtran en acuíferos y ríos, siendo un 46% proveniente de la producción porcina, un 20% y 16% de la carne y leche vacuna, y un 3% para la producción de aves. Las macrogranjas se reafirman en un marketing engañoso que dibuja el sufrimiento animal como algo lejano a sus muros fríos y despiadados. Y no, jamás culparía a las personas granjeras que aman a sus animales e intentan darles una vida feliz, sacando de ellos algún provecho que será el alimento de sus familias; reitero en que estos quedan atrás, una minoría que se asfixia entre las grandes bocanadas que causan las empresas descomunales en las cuales no trabajan personas sino máquinas carentes de emociones.

Y es más, el simple hecho me resulta curioso. Nuestras mascotas domésticas, con ello me refiero a gatos y perros, los verdaderos carnívoros son alimentados con almidón y cereales. ¡Hasta arroz para los perros, descendientes ni más ni menos que de los lobos! Mal alimentados con subproductos de la industria cárnica e hidratos de carbono de alto índice glucémico que impactan negativamente en su salud, haciéndolos obesos, con problemas gastrointestinales y bucales y con importantes carencias nutricionales. Sí, ¡mientras engullimos cada vez más y más carne en cualquier aspecto! Desde hamburguesas industriales a salchichones llenos de potenciadores de sabor y conservantes sintéticos, no nos percatamos de que somos la causa de muchas injusticias que nos aquejan.

La ganadería extensiva o mejor aún, la ecológica, es la respuesta. No hablo de lujos para animales, pero me posiciono en que su bienestar lejos de ser ganancias extras para la economía de pequeñas empresas, deben de ser realidades constatadas en cualquier industria ganadera actual. No es ético subir exponencialmente los precios por cumplir sus mínimos derechos y disminuirlos radicalmente en aquellas explotaciones que los incumplen. Ignorar, mirar hacia otro lado, la indiferencia también provoca odio y guerra. Guerras invisibles de voces inauditas que quedan cubiertas con duro hormigón por nuestra zona de confort. Un simple acto; no leer o investigar lo que consumimos propicia desigualdades que afectan tanto a animales humanos como no humanos. La ecología necesita toda la atención que se merece, que cierren las macrogranjas, abandónenlas, que no las necesitamos y mucho menos, queremos, y regresen sus terrenos arrebatados y robados a quien les corresponden, es decir, a los seres vivos que vivían allí. La naturaleza respira e intenta sobrevivir a las subvenciones del Gobierno, que construye despiadadamente hoteles y hoteles y megaconstrucciones que matan y colapsan la flora única de Canarias. Contaminación, ganancias para unos pocos y el sufrimiento de otros muchos que lamentan la pérdida de sus ecosistemas. Dinero y dinero del pueblo invertido en actos no autorizados por ellos.

Nunca hay que rendirse por la búsqueda infinita de la justicia, de tal forma que no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras perdemos esta lucha pacífica hacia la paz y la no violencia. Podemos y debemos, hagamos el cambio definitivo, que contribuirá positivamente a la convivencia y armonía entre el ser humano y cualquier criatura viviente de la Tierra, ¿no es eso lo que nos hace personas?

Victoria Garrido Rodríguez, 1º Bach A  

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