miércoles, 28 de abril de 2021

TEXTOS GANADORES DEL CONCURSO LITERARIO

El texto ganador de la categoría de Bachillerato corresponde a HARIDIAN LÓPEZ CABRERA de 1º Bachillerato B.

¡Muchas felicidades!

La vida de una luchadora. 

El día 14 de marzo de 1948 en el barrio del Palmar de Teror, Gran Canaria, Eligia nació. Se crió en este pueblo del norte de la isla en la época en la que los niños eran obligados a cantar “cara al sol” con la mano alzada cada sábado en la mañana, donde cogían apuntes en su asignatura de “falange” y cuando ir al cine para ver un beso en la gran pantalla no era más que un pecado mortal. A pesar de todo, ella siguió sonriendo mientras vivía una de las etapas que, posteriormente, consideraría de las más bonitas de su vida, pues, como ya había dicho Rilke: “la verdadera patria del hombre es la infancia”.

Creció en el seno de una familia humilde, siendo la segunda mayor de cuatro hermanos y bajo el cuidado de su padre Alfredo. A Eligia nunca pareció importarle vivir sin lujos o caprichos. No tenía libros a estrenar, y, sin embargo, ella siempre se enorgulleció de estudiar con los mismos que pasaron por las manos de los que, más tarde, serían grandes doctores: los hijos de Doña Petra. Todavía recuerda acercarse a ella para recitarle aquel poema que ningún otro curso superior sabía: “Malucha está mi muñeca, porque ayer se resfrió, porque jugando sudó y después bebió agua fresca”. Su premio por habérselo aprendido fue un bonito lazo conmemorativo de color azul que presumió regocijada entre sus compañeros.

Vivió en una época de pobreza a nivel nacional, a tal punto de que la única ración de mantequilla que llegaba a saborear era las que le daban en las meriendas del colegio, junto con un pequeño pedazo de pan que se traían desde casa y un tazón de leche que le servían al llegar. Ella disfrutaba de esa comida y, como todo niño que quiere más de sus golosinas favoritas, llenaba su trozo de pan de agujeritos por los que se resbalaba la mantequilla con el pasar del cuchillo de Doña Petra. Eligia, en su inocencia, confiaba en no ser descubierta, aunque comprendió que se había equivocado cuando sus mejillas se enrojecieron al ver como su maestra levantaba su merienda frente a las demás niñas y decía como “los ratoncitos habían mordisqueado su pedacito de pan”. A pesar de su vergüenza, aquella no fue la única ni la última travesura de Eligia. Recuerda aquella vez cuando, apretando la resbaladiza pipa entre su pulgar y el nudillo de su índice, la hacía saltar por los aires, formando divertidas parábolas que la entretenían. Esa vez no fue su maestra, sino su abuela quien la pilló en el acto y quien, enfadada, le reprochó su comportamiento. Y ella, en lugar de verse arrepentida, se preparó para salir corriendo mientras respondía: “quien me dio los nísperos, que recoja las pipas”.

Doña Petra fue para Eligia como una segunda madre, quien la impulsó en sus estudios y quien hizo crecer en ella y en su padre el deseo de ser maestra. Cada día de instituto, en la temprana mañana de las cinco, caminaba desde su barrio hasta la parada de guagua, por caminos sin asfaltar que llenaban de barro sus calcetines en los días de lluvia y que serían los responsables del parte que figuró en su expediente por no ir lo “suficientemente limpia”. Llegaba a la escuela, almorzaba con su padre en su trabajo, estudiaba por las tardes con su maestra Petra y finalmente volvía a su casa con su padre, concluyendo su rutina diaria de 15 horas.

Aún así de que fuese lo esperado, Eligia nunca ejerció de profesora, pues su futuro cambió cuando conoció a quien sería su marido y el amor de su vida, Manuel Cabrera Ramírez. Lo vio por primera vez una tarde, en esos días en los que la avenida se cerraba de 8 a 10 para “el paseo”, donde los chicos y las chicas salían a caminar entre miradas coquetas y risas tímidas. Ese día fue cuando, estando sentada, vio acercarse a Manuel y al conectar miradas, este guiñó su ojo.

Con él pasó gran parte de su vida y con quien compartió anécdotas y momentos que merecen ser contados. Ser simpatizante del partido “Unión del Pueblo Canario” y su presentación a las elecciones de Ingenio en 1982, con sus carteles repartidos por el pueblo, sus megáfonos y su eslogan “seremos capaces”, recitado por la voz joven de su hija mayor. O aquella otra vez en una rebeldía contra el injusto desahucio de su suegro, en la que tanto ella como su marido se encerraron en la casa, mientras le repetían a los policías “que venga el alcalde a sacarnos de aquí”. Esa vez acabaron en comisaría respondiendo preguntas de los guardias y bajo la mirada de su abogado en la declaración. Interrogatorio que terminó cuando, al preguntar por su nombre, ella contestó: “Eligia Socorro Socorro, Socorro al cuadrado”. Dirán que ella se arrepintió cuando escuchó decir al enfadado policía “que quede en acta que se ha mofado de un funcionario público”, pero su respuesta seguirá siendo “dormí una noche en el calabozo y con mucha honra, porque fue por una causa justa”.

A día de hoy, ya jubilada, Eligia disfruta de sus rutas de quince mil pasos diarios, de las fotos de sus orquídeas y los atardeceres desde su azotea en sus redes sociales, de los power point especializados para el cumpleaños de cada familiar y, cómo no, de su cortado descafeinado, muy muy caliente -hirviendo-, con un sobre de sacarina y un poquito de canela.

Eligia no es un personaje ficticio. Es aquella madre que cuidó de sus tres hijos con el único salario de un hombre trabajador y quien los propulsó hacia lo más alto de sus carreras y doctorados. Esa mujer que lloró de alegría al saber que pronto tendría a su primera nieta entre sus brazos y quien me vio nacer con sus propios ojos en aquella sala de hospital. Porque, para mi gran alegría, Eligia Socorro Socorro es mi abuela además.

 

El jurado quiso reconocer con una Mención especial por su categoría literaria al poema "TÚ" de ESTELA LÓPEZ DE LA PAZ de 2º Bachillerato A.

¡Muchas felicidades!

Tú.

 Poesía…

 rocío en la mañana,

agua fresca para el alma,

un manantial de paz

que gotea, moja, empapa.

Y aun así, la superas.

Tú eres más que eso,

más que todo:

 a tu lado la poesía es plata

 porque tú eres oro.

Tú eres el agua que calma la sed,

la luz que brilla en las estrellas;

no hay verso más bonito que tú,

que eres poema.

 Las palabras lloran por ti,

pues no pueden describirte;

los dioses sufren por ti,

pues no pueden igualarte.

Flores de bellos jardines

intentan alcanzarte:

afloran, crecen,

 imitan tu realeza;

es por ti que los inviernos

se vuelven primaveras.



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