Barcos que dan a la mar
La soledad se sentía
desde las venas hasta los bombeantes latidos del corazón. El silencio aclamaba
su reino, poblado de las almas condenadas a sufrir su cárcel interna e
imaginaria. La paz era una ola lejana, un murmullo susurrante, un sueño
olvidado, un soldado caído. Era el deseo de aquellos seres infelices e
insatisfechos. Era la ambición por lo prohibido, por lo palpable y finito, por
aquello que aunque no se quisiera, terminaba. Y ahí se encontraba la felicidad,
justo ahí, en ese punto intermedio. ¡Oh, pero qué difícil es poseerla,
apropiarse de ella…! ¡Seremos para toda nuestra larga existencia, esclavos de
la misma! Nuestras mentes programadas para ese único fin, ¡olvidan la forma en
la que podemos serlo! Le quitamos tanto valor a las pequeñas cosas, ¡que
dejamos de tenerlas en cuenta! ¡Hay que ver como acaban infravaloradas, en el
descuido… tal pincelada accidental en el blanco lienzo! Y sí, aquellos mismos
resultan ser agitados por las mareas intrínsecas, por el fuego interior, por
las emociones espontáneas que terminan floreciendo en la rosa del amor. Las
lágrimas derramadas por esos pálidos rostros consumidos por la frustración,
consiguen regar bajo su paso los frutos de la tierra, el alimento de los
corazones hambrientos de respuestas que nunca serán resueltas, fluidas en los
rincones ocultos de nuestro cerebro; aún quedan caminos vírgenes por recorrer.
Victoria Garrido
Rodríguez 1º Bach A
No hay comentarios:
Publicar un comentario